11 agosto, 2019

Carta del Párroco:
Muchos teólogos y Pastores lo consideran el dato más positivo y prometedor de este final de siglo dentro de la Iglesia: los laicos van tomando conciencia cada vez más viva de su responsabilidad en la vida y la marcha de las comunidades eclesiales. La Iglesia está dejando de ser «un asunto de curas y monjas» para convertirse en la comunidad de todos los que se sienten seguidores de Cristo.

Los datos están ahí. La transmisión de la fe a niños y jóvenes sería hoy impensable sin la labor generosa de tantos catequistas, monitores y educadores laicos. El trabajo pastoral de muchas parroquias se vendría abajo sin la participación de tan tos hombres y mujeres en las diversas tareas y organismos. Su presencia en el altar para proclamar la Palabra de Dios o distribuir la comunión es sólo un exponente visible de que su intervención será cada vez más decisiva en la comunidad cristiana.

Sin embargo, no resulta fácil liberarse de la inercia y el peso de largos siglos de clericalismo. Los laicos que se sienten miembros activos y responsables son todavía pocos, casi siempre los mismos y los mismos para todo. Por otra parte, incluso cuando los laicos toman parte activa, la responsabilidad sigue casi siempre en manos de los presbíteros. No creo que sea exagerado decir que la vida de muchas parroquias está todavía pensada, dirigida y encauzada casi exclusivamente por los sacerdotes.

No basta, por ello, introducir un lenguaje nuevo que habla de «colaboración», «complementariedad» y «corresponsabilidad» de presbíteros y laicos. Es necesario un cambio profundo en todos. Los presbíteros hemos de renunciar a un protagonismo indebido que va mucho más allá de nuestra propia misión sacerdotal. La Iglesia no es nuestra. No hemos de acapararlo todo. Al contrario, una de nuestras tareas más importantes hoy ha de ser animar y estimular la responsabilidad de todos. Los laicos, por su parte, habrán de superar la pasividad y la inhibición cómoda de quien se instala en la Iglesia como «espectador» o «cliente», dispuesto a recibir, pero no a aportar.

La Iglesia es de todos y la hemos de hacer entre todos. Laicos, religiosos y presbíteros, hombres y mujeres, todos formamos un único Pueblo de Dios, compartimos la misma fe, hemos recibido el mismo bautismo, tenemos al mismo Señor y nos apoyamos en su promesa. Todos hemos de escuchar de él una llamada a la vigilancia y a la creatividad evangélica, sin quedamos en la comodidad pasiva del que se desentiende: «Tegan ceñida la cintura y encendidas las lámparas.»

Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco