16 septiembre, 2019

Carta del Párroco:

La llamada “Sicología humanista” está haciendo en nuestros días un esfuerzo extraordinario por ayudar a las personas a crecer y realizarse de manera más plena y creativa.

Grandes sicólogos como A.H. Maslow, C. Rogers, H.S. Sullivan, G. Allport… van trazando los caminos que el hombre o la mujer han de recorrer si desean vivir una vida más sana y feliz.

Leyendo sus estudios, es fácil observar que casi todos ellos hablan de una actitud básica para que la persona camine hacia su realización: la autoaceptación.

Tenemos que saber aceptarnos y amarnos a nosotros mismos con nuestros valores y nuestras limitaciones. Ser los mejores amigos de nosotros mismos.

De nada sirve despreciarnos o torturarnos sin piedad. La guerra con uno mismo es fuente de división interna y desarrollo enfermizo. Sólo el que se ama a sí mismo puede crecer de manera segura y sana.

Por eso se nos invita a destruir en nosotros los sentimientos de culpa, desterrar “el fantasma de la culpabilidad», curar las heridas que nos hemos producido con nuestros errores y malas acciones.

Sin embargo, la tarea no es nada fácil. No basta desculpabilizarse por medio de técnicas más o menos hábiles. El hombre necesita saberse perdonado.

Estos mismos científicos afirman que para recuperar la autoestima, necesitamos ser y sentirnos amados incondicionalmente. Sólo cuando una persona se siente amada por sí misma y no por sus logros y éxitos, es capaz de amarse como es y crecer de manera sana.

Probablemente ni los mismos que nos decimos cristianos valoramos debidamente “el amor incondicional de Dios» y la fuerza que encierra para un desarrollo verdaderamente humano de la persona.

Se nos olvida que Dios no nos ama porque nuestra vida es recta y santa, sino porque nos siente como sus hijos. No nos ama porque somos buenos nosotros sino porque es bueno El.

Esto que, tal vez, puede parecer a algunos una diferencia sutil y sin importancia, cambia totalmente la actitud del creyente y es algo esencial en la experiencia del verdadero cristiano.

La parábola del Padre que abraza al hijo pródigo sin recordarle su pecado ni imponerle condición alguna, nos invita una vez más a creer que siempre, absolutamente siempre, podemos contar con el perdón incondicional de Dios.

Este perdón real de Dios nos libera de recuerdos que nos humillan y de sentimientos de culpa que nos deprimen. Este perdón nos hace crecer de manera sana a pesar de nuestros errores y miserias.

P. Fernando Sotelo Anaya.