29 septiembre, 2021

Hoy cumplo 58 años, aunque no estoy entre ustedes, estoy con ustedes. Uno relee su historia según la ha vivido. Cuando pasa de “puntillas” por la vida, con miedos, sin complicaciones, evitando la inseguridad, solo recordará amistades y momentos agradables. Pero si ha preferido tomar la vida en sus manos y llegado el momento, “se la jugado” de seguro, no habrá acertado siempre, pero sabe, que vivir es algo que merece la pena. Y lo nota primordialmente, en uno mismo.

El que ha intentado vivir a fondo suele “hacer tonterías”, porque arriesga y nuestra capacidad de autoengaño es incalculable y podemos pasar la vida llena de miedos o vacíos. El que se adentra a la vida, se expone no sólo a recibir golpes, sino a hacer daño, con frecuencia a las personas mas queridas (mil disculpas). Se crece a través de los conflictos. Nuestra generosidad va unida a nuestro egoísmo e impotencia para amar desinteresadamente, en realidad vivir es masticar el pecado en todas sus formas. De ahí le sensación con los años de heridas cicatrizadas y de heridas que corren el riesgo de enconarse y haber caminado perdiendo jirones de si mismo y de los demás.

Sin embargo el creyente no se fundamenta en sus obras, sino en la fe, en la misericordia de Dios que crea vida de la muerte.

Cuando se relee su historia, sabe que nada está perdido, no se trata de intentar estar en regla con el Señor, sino creer en su amor, sin más dejarse lavar los pies como Pedro, entonces toda esta en su sitio: en el corazón de Dios.

Las experiencias de gracia, supone un “nuevo nacimiento”, es el niño que llevamos dentro, es el que nos salva. Si uno no emerge de su lado frágil y vulnerable y lo mira como amenazante, la crispación y la desesperanza se apodera del hombre maduro. No se relee historia asépticamente. Es mía y en cuanto tal, la retomo consciente y responsablemente e intentando darle un sentido, aparece lo que soy. Por eso no es lo mismo conocer que reconocer. Recordar tiene que ser el corazón que vuelve al pasado y en él resuelve lo vivido y, de alguna manera es revivido.

Reconciliarse con la propia historia es inseparable de la esperanza, de nuestro peregrinar al encuentro con la Promesa. Si nuestra relectura de la propia historia no es capaz de integrar responsabilidad y abandono, lucha y gratuidad, es que esta fallado algo esencial en nuestra sabiduría de esperanza.

A estos años uno debe descubrir que la vida por dentro, no se trata de un intimismo, sino que la persona es trascendente y sólo ella tiene relación inmediata con Dios. Con los años, si se madura, cada vez resulta mas evidente la diferencia entre los que se hace y la vida que crece por dentro. Se vive en dos niveles: El de la superficie: tendencias, pulsiones, esfuerzo de voluntad, experiencia y acontecimientos… Lo que se ve.
El de fondo: creer, esperar, y amar. Tan simples, tan verdadero, para el que tiene el don.. Lo que hay dentro.

No se puede releer mi historia sin darme cuenta de que el tiempo está habitado por la eternidad y que su consumación, a través de la muerte, es el cielo. Releer mi historia significa percibirla en las manos del Padre. Y tener la certeza, agradecida, de que nada está perdido, enfrentarse a la paradoja de una vida que culmina con la muerte, con la esperanza inaudita de la resurrección inmortal. Y poder descansar la y la muerte en el corazón eterno de Dios, con el gemido del Espíritu..”Ven Señor Jesús“.
P. Luis Fernando Sotelo Anaya