13 mayo, 2022

Los hombres de hoy hemos llegado a creer que no hay problema que no seamos capaces de resolver mediante un poco más de poder, racionalización, fuerza y organización. Sin embargo, hay preguntas sencillas a las que da miedo responder: Esta sociedad racionalizada, ¿nos está conduciendo hacia lo que realmente desea nuestro corazón? ¿Está naciendo entre nosotros un «hombre nuevo» más humano y feliz, o estamos anulando las aspiraciones más humanas que hay en el fondo de nuestro ser? Esta racionalización, ¿está realmente al servicio de algo razonable?

Se podría resumir todo en un gran interrogante: ¿Qué es el hombre actual? ¿Un ser que va creciendo en humanidad o un gran paralítico, incapaz de encaminarse hacia su propia felicidad?

Se nos ha enseñado hasta la saciedad que la eficacia es lo único que cuenta, y nuestra sociedad funciona como si así lo fuera, poniendo, incluso, la vida al servicio de la utilidad y la producción. Se nos ha dicho que lo importante es una «economía saludable», una «economía en expansión», y nos hemos puesto a producir objetos de toda clase, que nos mantienen hechizados, incapaces de acercarnos a los necesitados que quedan sin participar del «festín del consumo».

Son muchos los conflictos ideológicos que nos dividen, pero, en definitiva, todos adoramos a los mismos dioses. Y aunque en todas partes se proclaman solemnemente los derechos de la persona, casi siempre se termina por reducir al hombre a su condición de productor y consumidor, olvidando su anhelo inmenso de amor, fraternidad y libertad.

Quizás, tengamos que suscribir el duro juicio que Norman O. Brown hace de nuestra sociedad: «Lo que parece estar persiguiendo es la infelicidad creciente cada día mayor, y a esa infelicidad la define como progreso

¿Cómo levantar a este gran paralítico? ¿Cómo liberar a este hombre encerrado en un sistema que es capaz de proporcionarle casi todo menos lo que está pidiendo su corazón: vida, libertad, fraternidad? ¿No ha llegado el momento de «creer más en la fe» y menos en la fuerza, el dinero, el poder y la razón? ¿No hay que volver a lo que F. Nietzsche llamaba «fe en la fe»?

Quizás el mayor pecado y la mayor tragedia del hombre de hoy es no descubrir la impotencia de los «dioses modernos» del momento, e ignorar que un mundo más humano, feliz y digno sólo puede ser fruto de una apertura al Dios Padre, amigo de la vida e impulsor de una humanidad más fraterna.
P. Fernando Sotelo Anaya