16 febrero, 2022

Hay algo que no siempre se señala al estudiar la crisis religiosa de nuestros días. Unos se alejan de la religión, otros la han reducido al mínimo, no pocos viven una fe apagada. Pero, con frecuencia, todo esto se está produciendo sin que las personas se planteen de forma consciente qué actitud quieren adoptar ante Dios y por qué. Se actúa casi siempre sin criterios ni puntos claros de referencia.

Por otra parte, es fácil observar que muchas veces se habla de Dios como «de oídas». No hay experiencia personal. Se olvida, como advierte W. Schmidt, que «la religión sólo puede captarse con verdad desde dentro», por lo que tenemos el peligro de hablar de ella «como hablaría un ciego de los colores».

La fe en Dios se puede debilitar o apagar de muchas maneras, pero sólo conozco camino para reavivarla: la oración personal. Ese «ponerse ante Dios» en silencio y a solas. No sé de nadie que haya vuelto a Dios sin haberlo escuchado como amigo en el fondo de su ser. La fe se despierta cuando la persona invoca a Dios, lo busca, lo llama, lo interroga, lo desea. Dios no se oculta a quien lo busca así. Más aún. Está ya presente en esa búsqueda.

He participado recientemente a la XII Semana de Teología Pastoral, celebrada en Madrid (de manera virtual) con este tema de fondo: «Dónde está Dios? Itinerarios y lugares de encuentro.» Se han planteado cuestiones de no poco interés para diseñar una búsqueda de Dios en nuestros tiempos, pero inmediatamente brotó a mi mente J. Martín Velasco recordado una vez más lo que con tanta fuerza subraya en su en unos de sus libros «La experiencia cristiana de Dios» (E. Trotta, 1996), que recomiendo vivamente a quienes andan buscando a Dios: «Sin oración personal, resulta extraordinariamente difícil hacer la experiencia de Dios en las celebraciones comunitarias y en el desarrollo de la vida ordinaria.»

En esta oración personal se produce, según el prestigioso teólogo, «una cierta ruptura de nivel», que permite al sujeto vivir una experiencia diferente, que está más allá de otras vivencias centradas en la utilidad, la posesión, el interés económico, que constituyen la vida ordinaria. En esta oración, la persona «se coloca ante Dios». Esto es lo decisivo, el corazón de toda religión. Quien la ha conocido termina diciendo las palabras de Job: «Hasta ahora hablaba de ti de oídas; ahora te han visto mis ojos» (Job 42, 5).

El evangelio de Juan nos recuerda que dentro de nosotros vive «un Defensor» que está siempre con nosotros. Es el Espíritu de Dios. El mundo no lo ve ni lo conoce, pero él vive con los creyentes y está con ellos. Hay, sin duda, muchos caminos para encontrarse con Dios, pero todos ellos llevan a él sólo si escuchamos en nuestro interior a ese «Espíritu de la verdad».
P. Fernando Sotelo Anaya.