2 diciembre, 2019

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 24,37-44.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, esten en vela, porque no saben qué día vendrá su Señor.
Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, esten también ustedes preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre».

Palabra del Señor

Lo repitió Jesús una y otra vez: «estad siempre despiertos». Era su gran preocupación: que el fuego inicial se apagara y sus seguidores se durmieran. Es el gran riesgo de los cristianos: instalarnos cómodamente en nuestras creencias, «acostumbrarnos» al evangelio y vivir adormecidos en la observancia tranquila de una religión apagada.

¿Cómo despertar?
Lo primero es volver a Jesús y sintonizar con la experiencia primera que desencadenó todo. No basta instalamos «correctamente» en la tradición. Hemos de enraizar nuestra fe en la persona de Jesús, volver a nacer de su Espíritu. Nada hay más importante que esto en la Iglesia. Sólo Jesús nos puede conducir de nuevo a lo esencial.

Necesitamos, además, reavivar la experiencia de Dios. Lo esencial del evangelio no se aprende desde fuera. Lo descubre cada uno en su interior como Buena Noticia de Dios. Hemos de aprender y enseñar caminos para encontramos con Dios. De poco sirve desarrollar temas didácticos de religión o seguir discutiendo de cuestiones de «moral sexual», si no despertamos en nadie el gusto por un Dios amigo, fuente de vida digna y dichosa.

Hay algo más. La clave desde la que Jesús vivía a Dios y miraba la vida entera no era el pecado, la moral o la ley, sino el sufrimiento de las gentes. Jesús no sólo amaba a los desgraciados sino que nada amaba más o por encima de ellos. No estamos siguiendo bien los pasos de Jesús si vivimos más preocupados por la religión que por el sufrimiento de las personas. Nada despertará a la Iglesia de su rutina, inmovilismo o mediocridad si no nos conmueve más el hambre, la humillación y el sufrimiento.

Lo importante para Jesús es siempre la vida digna y dichosa de las personas. Por eso, si nuestro «cristianismo» no sirve para hacer vivir y crecer, no sirve para lo esencial por más nombres piadosos y venerables con que lo queramos designar.

El Adviento es un tiempo apropiado para reaccionar. No hemos de mirar a otros. Cada uno hemos de sacudimos de encima la indiferencia, la rutina y la pasividad que nos hace vivir dormidos.

P. Fernando Sotelo Anaya.