Carta del Párroco:
Todos los años por estas fechas, las calificaciones escolares se convierten en la máxima preocupación de muchas familias.
Sin duda, son muy explicables las reacciones de muchos padres ante el fracaso escolar de sus hijos, pero las tensiones, riñas, amenazas y castigos no son casi nunca el medio adecuado para mejorar las cosas.
Mucho menos todavía si se entremezcla en todo ello el desprecio al hijo incapaz de éxito o la irritación por unas vacaciones que es necesario recortar o programar de otra manera a causa de sus suspensos.
Si queremos realmente ayudar a estos niños o jóvenes, hemos de hacer un esfuerzo por ahondar en las causas de ese fracaso escolar y preguntarnos serenamente y con sinceridad si no tenemos también nosotros nuestra parte de culpa.
Tanto los padres como los profesores solemos tener una serie de expectativas respecto al rendimiento escolar. Pero esas expectativas no siempre indican un verdadero interés por el crecimiento humano de ese niño o ese joven.
¿Qué hemos hecho a lo largo del curso para acercarnos amistosamente a él, conocer sus problemas y compartir sus desalientos?
¿Cuántas veces nos hemos preguntado qué sufrimiento se esconde tras ese nerviosismo o atolondramiento que le impide concentrarse en el estudio? ¿Qué es lo que le lleva al retraimiento y la indiferencia o le empuja a la rebelión?
¿Qué es lo que realmente nos preocupa ahora? ¿No poder presentarlo con éxito en una sociedad tan competitiva como la nuestra? ¿No poder ver realizado tampoco en él aquel ideal que nosotros tal vez no pudimos alcanzar?
Las notas escolares al final de un curso no lo son todo. Lo importante es saber si ese niño o ese joven está aprendiendo a ser cada vez más humano.
Y entonces la pregunta que nos hemos de hacer es ésta: ¿Qué les estoy enseñando yo no sólo con mis palabras sino con mi manera de ser y mi conducta? ¿Qué valores y convicciones pueden percibir en mí? ¿Qué irradio yo en sus vidas? ¿Qué les contagio? ¿Cómo les ayudo a crecer?
La parábola del sembrador que escuchamos de labios de Jesús nos invita a preguntarnos no sólo cómo acogemos lo que se siembra en nosotros, sino también qué estamos sembrando a nuestro alrededor.
Fraternalmente
Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco