7 junio, 2021

No son pocas las personas que se sienten extraviadas e indefensas ante los ataques que sufren desde fuera y ante el vacío que las invade desde dentro. La sociedad moderna tiene tal poder sobre los individuos que termina por someter a la mayoría apartándolos de lo esencial e impidiéndoles cultivar lo mejor de sí mismos. Atrapado por lo inmediato de cada día, el hombre de la ciudad moderna vive demasiado agitado, demasiado aturdido por fuera y demasiado solo por dentro como para poder detenerse a meditar sobre su vida e intentar la aventura de ser persona.

La publicidad masiva, la psicología consumista, los modelos de vida y las modas dominantes imponen su dictadura sobre las costumbres y las conciencias enmascarando su tiranía con promesas de bienestar. Casi todo arrastra y empuja a vivir según un ideal que está ya asumido e interiorizado socialmente: trabajar para ganar dinero, tener dinero para adquirir cosas, tener cosas para «vivir mejor» y «ser alguien». Para muchos, no parece haber más metas ni objetivos.

No es fácil romper con algo tan «natural y normal» como esta forma de entender y de vivir la vida; se necesita una buena dosis de lucidez y coraje para ser diferente. Las personas terminan casi siempre renunciando a vivir algo más original, noble o profundo. Sin proyecto de vida y sin más ideales, los individuos se dejan llevar por las experiencias de cada día y se conforman con «vivir bien» y «sentirse seguros». Eso es todo.

Para reaccionar ante esta situación e iniciar un proceso personal de liberación, el ser humano necesita adentrarse en su propio misterio, escuchar su vocación más honda, desvelar la parcialidad y mentira de este estilo de vida y descubrir otros caminos para ser más persona. Necesita esa «fuente de luz y de vida» que, a juicio del célebre psiquiatra y escritor Ronald Laing, ha perdido el hombre moderno.

El evangelio de Juan llama al Espíritu Santo con el término de Defensor (Paráclito), el que ayuda siempre y en cualquier circunstancia, el que da seguridad y libertad interior, el «Espíritu de la verdad», que mantiene vivo en el creyente el espíritu, el mensaje y el estilo de vida del mismo Cristo. Si Jesús alerta severamente sobre «la blasfemia contra el Espíritu Santo» es porque este pecado consiste precisamente en cerrarse a la acción de Dios en nosotros quedándonos desamparados, sin nadie que nos defienda del error y del mal.

Fraternalmente
Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco