6 marzo, 2022

Se le da mucha importancia a la estructura política de la sociedad, y la tiene. Se insiste una y otra vez en los «valores democráticos», y, ciertamente, han de constituir el marco indiscutible para la convivencia. Pero, como advertía el sabio J. Krishnamurti, se atiende mucho menos a la «estructura psicológica» de la sociedad, que es la que moldea realmente el comportamiento de las personas.

Sin embargo, es en este nivel más profundo donde se están produciendo hoy los cambios de repercusiones más graves. Casi sin darnos cuenta, ha cambiado sustancialmente el modo de entender y de vivir la existencia, sin que se puedan prever todavía todas sus consecuencias.

Así, para muchas personas, la vida no es ya sino un breve trayecto que conduce a la nada. De poco sirve entonces proclamar los grandes valores. Lo que mueve realmente las vidas son los intereses de cada cual. Sólo interesa de verdad aquello que puede servir a la propia seguridad egotista.

Por otra parte, son bastantes los que están vaciando su vida de todo lo que podía tener un significado trascendente. Apenas se percibe en su existencia algo realmente santo y sagrado. Todo da igual. Ha llegado la hora de liberarse de extrañas invenciones religiosas y morales. Hay que vivir de lo inmediato. No hay más. No es extraño que la vida de muchos se haya hecho más inconsistente y vulnerable. Cuántos son hoy los que no encuentran seguridad fuera -en la política, la economía, la sociedad- pero tampoco la pueden hallar en su mundo interior.

La vida de no pocos está hoy muy vacía. Se trata de llenarla con noticias e información, con música o vídeos, con cosas y relaciones. Pero no es fácil. Muchos siguen buscando «algo diferente» en medio de sus luchas y trabajos.

No parece perder su vigencia la sentencia de Jesús: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.» El hombre actual se afana por alimentar su existencia de muchas cosas, pero lo hace con frecuencia suprimiendo de su vida la religión. No quiere sentirse «religado» a Dios, pero tampoco sabe cómo sustituir dignamente su ausencia.

No acertamos a alimentar nuestra vida interior. No somos capaces de vivir abiertos a Dios. No tenemos tiempo para sentirnos amados con amor infinito. Estamos incomunicados con lo trascendente. Y, no obstante, pretendemos conocer una vida plena y gratificante. No es fácil.

Fraternalmente
Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco