CARTA DEL PÁRROCO
Hemos de agradecer a F. Savater su valentía al plantear la cuestión de la muerte. No es lo habitual en estos tiempos. Ya advertí en su momento la amplia atención que le prestaba en su Diccionario Filosófico (1995). Compruebo ahora que sus últimas reflexiones, Las preguntas de la vida, se abre precisamente con un capítulo dedicado a la muerte.
Con estilo claro e inconfundible, Savater nos coloca a todos ante la realidad ineludible de la muerte. Único acontecimiento cierto e inevitable: «La vida está perdida de antemano.» Experiencia absolutamente personal e intransferible: «Me voy a morir yo y esto es lo terrible.» Realidad siempre inminente: «Me puedo morir en cualquier momento.»
El filósofo español apenas presta atención a la aportación de las religiones que, según él, escamotean la tragedia de la muerte y la convierte, en un simple «trámite necesario» para nacer a una vida eterna. Actitud ingenua que probablemente ha surgido por la experiencia del sueño: «Creo que si no soñásemos al dormir, nadie hubiese pensado nunca en la posibilidad asombrosa de una vida después de la muerte.» Sinceramente me cuesta creer que Savater piense que ése sea de verdad el origen del anhelo de inmortalidad latente en el ser humano.
Descartada la ilusión religiosa y después de recorrer algunas posiciones filosóficas, no todas, Savater confiesa que la muerte es como «un frontón impenetrable» contra el que nuestro pensamiento rebota para volver una y otra vez sobre esta vida. No hay esperanza alguna de trascenderla. Pero no hemos de desesperar. Lo importante, según él, es que estamos vivos. «Ya no habrá muerte eterna para nosotros.» La muerte no podrá impedir que hayamos vivido. Cuando el ser humano hace esta constatación de su presencia en la vida, «se exalta» y asume la vida con alegría, sin desesperar ante la muerte. Nunca esta alegría triunfará por completo sobre la desesperación, pero a partir de ella «tratamos de aligerar la vida del peso abrumador y nefasto de la muerte».
No es nada fácil. También este tipo de reflexiones suena a «analgésicos» que tratan inútilmente de consolarnos de esa muerte ineludible. Como dice Savater, «la muerte hace pensar». Pero no sólo sobre esta vida, como dice él, sino sobre el misterio último de la existencia y del ser humano. Y aquí nadie sabemos nada. No es posible ningún tipo de verificación ni científica ni metafísica. Sólo cabe la fe o la desesperanza, la alegría resignada ante el final inevitable o la alegría esperanzada ante la salvación posible. Desde la fe cristiana, lo decisivo es la respuesta personal e intransferible a la promesa de Cristo: «Les lo aseguro: el que cree tiene vida eterna» (Juan 6, 47).
Fraternalmente
Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco.