Carta del Párroco:
No nos resulta siempre fácil hablar sinceramente de nuestras crisis de fe ni de los combates que secretamente mantenemos en el fondo de nuestra conciencia.
Por ello no es extraño que se vayan generalizando en nuestros días una serie de expresiones fáciles y de tópicos con los que algunos tratan de definir su postura personal ante la fe.
Son frases que se van extendiendo entre nosotros y que, tal vez, requerirían una reflexión más seria.“Soy creyente pero no practicante”. Así se definen hoy bastantes, como si esas palabras expresaran el posicionamiento acabado y perfecto de quien ha descubierto la postura irreprochable y progresista de vivir hoy la fe.
Pero, ¿qué significa en realidad ser creyente y no practicante? ¿Incoherencia personal? ¿Arrinconamiento de la fe al “cuarto trastero»? ¿Incapacidad para poner en práctica, de manera consecuente, las exigencias de la fe?
No parece fácil alimentar responsablemente la fe cuando uno nunca la celebra, la recuerda o la comparte con otros creyentes.
“No sé si tengo fe”. Comprendo muy bien a los que hablan así desde el fondo de la incertidumbre. Sé que la fe está tejida muchas veces de crisis y dudas y que el creyente se purifica y crece en la búsqueda no siempre fácil de Dios.
Pero, ¿no significa a veces esa frase precisamente lo contrario? ¿Un dejación en la búsqueda? ¿Una falta de experiencia personal comprometida?
¿No son bastantes los que abandonan hoy la fe sin haberla conocido ni gustado?
«He perdido la fe» Estas son las palabras que he escuchado a más de uno, sin observar en su rostro el menor sentimiento de pena o pesar.
Y, sin embargo, estas palabras encierran para mí una verdadera desgracia porque perder la fe es realmente “perder”. Salir perdiendo.
Perder vida y luz interior. Perder energía humanizadora y esperanza. Perder la capacidad de mirar la existencia hasta el final con confianza. Perder el camino esencial. Perderse lo más importante.
No estoy hablando de otros. Estas frases que hoy comento podrían salir en más de una ocasión de labios de quienes nos decimos creyentes. Todos hemos de escuchar desde muy dentro las preguntas de Jesús: “¿Por qué son tan cobardes? ¿Por qué no tienen fe?”.
Fraternalmente
Pbro. Luis Fernando Sotelo Anaya
Párroco